Paysandú no tiene el privilegio de ser la única localidad bombardeada de nuestro país tal como lo registra la historia, durante la heroica resistencia del General Leandro Gómez, en enero de mil ochocientos sesenta y cinco. Comparte esa distinción con el zoológico de la ciudad de Durazno que también fue bombardeado, allá por mil novecientos setenta y tantos, causándosele importantes daños, aunque en circunstancias muy diferentes y mucho menos dramáticas…, por suerte.
A cargo de esa recordada e insólita operación aerotáctica por error, estuvieron los alféreces aviadores Hilario Maffini y Augusto Zapata, dos auténticos jóvenes desesperados por el vuelo. Este tipo de intrépidos aeronautas, es definido con propiedad en la película “El cielo de los pilotos”, como esos seres soñadores e intempestivos, con hélices en los pantalones, siempre deseosos de subirse a cualquier artefacto capaz de volar. Así mismo eran Maffini y Zapata, en aquellos años.
Anualmente la Base de Durazno recibe a las promociones de alféreces recién egresados de la Escuela Militar de Aeronáutica, para que completen allí su formación como aviadores militares, impartiéndoles el Curso de Vuelo Avanzado. En esta situación se encontraba Augusto, quien jamás debió haber aceptado la invitación de Hilario, para acompañarlo el domingo siguiente, de inicios de la primavera, a arrojar desde un Cessna, dos enormes cajas de caramelos sobre una competencia infantil de izamiento de cometas, que se llevaría a cabo en un campo aledaño al zoológico municipal.
En esos años, ejercía el cargo de Jefe de la Base, un Oficial Superior de los más estrictos que la historia de la Fuerza Aérea pueda recordar. Igualmente astuto e inteligente, así como duro e inflexible, el Coronel Aviador Raúl Torrealba, había edificado con creces una tenebrosa reputación que imponía miedo entre sus tropas. Su fama le había merecido el mote, impuesto por la sagacidad del subalternaje, de “el Pimpollo”, ya que según ellos, tenía a todo el mundo esperando que reviente.
Aislado en su despacho, conducía a la BAII con mano de hierro, sus órdenes no se discutían y ni hablar de reclamarle algo o hacer algún tipo de aclaración, eso jamás. Ser llamado a la planta de Comando era sinónimo de regresar con varios días de arresto a rigor y sin derecho a protesta. Lo peor del caso era que nada le gustaba, todo le parecía mal y debía ser corregido a su modo, a como diera lugar. Era verdaderamente amargo.
Todos los años a principios de la primavera, se organizaba un certamen de cometas en el zoológico municipal, con la colaboración de las fuerzas vivas del departamento. Ese año, conducía el evento Radio Durazno, en la persona de su Directora la Señora Carmita Bonfrisco, quien para la ocasión solicitó el apoyo aéreo al Jefe de la Brigada Aérea II.
Torrealba accedió con beneplácito al pedido y a la invitación de la directora de Radio Durazno, para que engalanase con su presencia el acto benéfico de izamiento de las cometas, en el que además, se venderían los números de la rifa de cinco corderos entre los padres de los niños, para apoyar las obras de reconstrucción del techo del Jardín de Infantes de la Escuela N°11, de Santa Bernardina que terminado el invierno, todavía se llovía.
La Radio aportaría los caramelos voladores, a los que los escasos conocimientos aerodinámicos de Carmita, le habían llevado a incluir una aleta de papel atada a cada uno, en un extravagante y extenuante trabajo chino de manualidad, que debió haber insumido varios días, con el propósito de que las golosinas cayeran dando vueltas en el aire, como lo hacen las semillas de los pinos. Mientras tanto la Base colaboraría en el evento con un Cessna U-17A, que sería volado sin sus puertas, por Maffini como piloto y Zapata como bombardero; ellos serían los encargados de recompensar con los aero-caramelos, el esfuerzo de los pequeños en remontar sus cometas.
La orden de Torrealba fue comunicada a la tripulación por el tortuoso camino verbal del canal de mando, que nunca se ha destacado por su fidelidad a la hora de transmitir un mensaje. El juvenil piloto al mando recibió las directivas mucho más preocupado por subirse al avión, que por prestar atención a los detalles complementarios de su misión, e interpretó la orden a su manera:
– En una zona despejada del zoológico, va a ver una multitud de niños que participaron del certamen de las cometas. Usted debe pasar a baja altura y arrojarles los caramelos que, al tener algo parecido a una aleta, caerán girando lentamente. El emocionado Maffini, que ya imaginaba el disfrute de su misión especial, contestó con indisimulada alegría: “Si, señor” y se fue. Nunca entendió que no era exactamente sobre el zoológico, sino en un campo aledaño, al sur del mismo donde se llevaría a cabo el evento benéfico.
A las tres de la tarde los aviadores ya tenían el avión inspeccionado, cargado con sus dos cajas de amorosos proyectiles confitados y pronto para la misión. Con buen tino y criterio planificador, Zapata sugirió a Maffini que antes de pasar sobre el zoológico, hicieran unos lanzamientos de prueba en un lugar apartado, a fin de saber cuánto antes del objetivo deberían lanzar al aire las golosinas. Hicieron varias prácticas y lograron determinar varias cosas importantes: primero, que serían necesarias al menos dos pasadas debido a la gran cantidad de caramelos, también que si los arrojaban en el momento mismo de pasar la ruta nacional número cinco las golosinas volarían unos pocos metros, y caerían todas dentro del predio de zoológico municipal, y por último que las orejitas de papel que tanto trabajo habían dado, no servían para nada ya que se desprendían al contacto con el viento, por lo que irremediablemente los dulces iban a caer libremente del cielo a ciento cincuenta kilómetros por hora de velocidad o más. Con estos recaudos in mente pusieron proa a la zona de lanzamiento.
Orientaron correctamente el avión con el sol de espaldas para ver mejor el objetivo y en dos pasadas lanzaron al aire todos los caramelos. De más está decir que ninguno de ellos cayó en el lugar previsto aledaño al zoológico. Todos cayeron dentro del mismo predio del zoológico municipal, que al igual que el campo donde se habían remontado las cometas, estaba lleno de niños.
La escena dentro del zoológico fue dantesca, se desató una auténtica batalla campal en la que niños y no tan niños, luego de soportar el asedio de las cuatro o cinco mil golosinas cayendo a toda velocidad, se dedicaban alegremente a recoger cuantas pudieran. Sin medir esfuerzos ni respetar carteles, se subían a los techos, se trepaban a los árboles, pisaban alocadamente los rosales, las petunias y los pensamientos y hasta se dice que le manoteaban al tigre los caramelos caídos dentro de su jaula.
Carmita desesperada inquiría con preocupación al Jefe de la Base:
¡Coronel, su avión ya pasó dos veces y aún no ha tirado los caramelos!
Como se encontraban en el campo aledaño, ninguno de los dos se había percatado que las golosinas habían caído en el lugar equivocado, y ahora inesperadamente el avión se disponía a aterrizar.
Torrealba rápido como la luz y viendo que el Cessna ponía proa a la Base respondió simulando convicción:
Carmita, ese avión debe estar en emergencia, por eso va a aterrizar, algo que ni él mismo se lo creía.
Cuando pasaron de regreso por el predio del zoológico que se encontraba en ruinas, se dieron cuenta de la dura realidad. La enloquecida búsqueda de los caramelos había degenerado en una rebatiña universal por encima de los bancos, fuentes y canteros que pasaron de estar relucientes para la fiesta, a quedar reducidos a escombros. Cachito, el funcionario municipal encargado de los jardines estaba furioso y arremetió contra Torrealba con gritos y palabras destempladas que se oían desde lejos, mientras lo amenazaba con no mandarle más los plantines de bocas de sapo para adornar la piscina de la Base, que al Coronel tanto le gustaban.
Cuando llegó al automóvil oficial, Torrealba completamente fuera de sí, ordenó a su ayudante:
– A estos dos criminales, irresponsables y saboteadores me los pasa a cumplir arresto a rigor de inmediato y por tiempo indeterminado, ¿oyó?
La noticia del bombardeo del zoológico se diseminó por toda la Base como un reguero de pólvora. Al escuchar la increíble historia, todos los integrantes de la Brigada, con excepción de Torrealba, Maffini y Zapata, lloraban de la risa. En la puerta del dormitorio de Maffini, los chistosos de siempre pegaron con cinta adhesiva varios caramelos y chupetines y un papelito con la inscripción: “Medalla al mérito aeronáutico por el más exitoso bombardeo aéreo desde Hiroshima”.
Hasta el cuarto de condena del afligido Maffini y el inocente y solidario Zapata, llegó de visita el Teniente Segundo Aviador José Alberto Altmann, amigo de los aviadores convictos. Los saludó con su característica sonrisa y ese buen humor que nunca lo ha abandonado a lo largo de su vida, y que lo hace ser el centro de todas las reuniones en que participa. Viendo las caras de tristeza y resignación de sus camaradas, José Alberto no paraba de reír.
– No sufran, decía, ustedes ya hicieron la buena acción del día. Desde que llovieron caramelos del cielo los monos creen en Dios, ahí afuera está el padre Érico de la Iglesia del Carmen para agradecerles tan efectiva labor pastoral.
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Daniel Puyol
2013
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