Competir es propio de los seres vivos y los humanos no estamos libres de esta cualidad que nos viene en los cromosomas. En las distintas actividades las personas compiten por sobresalir y este camino hacia la excelencia personal no siempre nos lleva a buenos logros; a veces nos conduce a situaciones desgraciadas.
Algunas tareas se ven más afectadas que otras por este comportamiento competitivo. Habitualmente a nadie le importa ser considerado el mejor taxista o el mejor panadero, probablemente porque este tipo de actividades se realizan en soledad o alejados de la presencia de sus pares y del público en general. Pero si consideramos el caso de las actividades que se llevan a cabo en presencia de muchas personas, encontraremos entonces que la competencia puede llegar a ser dramática. Basta imaginarnos cómo es el mundo de los futbolistas, las modelos o los presentadores de televisión para tener un ejemplo claro en este sentido.
El mundo de los pilotos no está fuera de esta competitiva realidad. Bien temprano en los aeroclubes y escuelas de vuelo comienzan los comentarios y las rivalidades por saber quién es el que aterriza mejor, cuál el alumno más aventajado o quién será el primero en volar solo, como si eso fuese una suerte de condecoración o premio al hombre alado.
La mayor parte de las veces esta competencia en vez de impulsar a los jóvenes pilotos a ser los más estudiosos, los más seguros o los más respetuosos de las normas, los empuja hacia una desvirtuada contienda que premia al coraje y al arrojo desmedido sobre cualquier otro atributo profesional. La necesidad de emociones fuertes, la testosterona desbordada y la escasa experiencia en vuelo alfombran el camino para que cada poco tiempo, un arriesgado y corajudo piloto fantástico termine mal.
No siempre estas rivalidades provienen de los propios pilotos, algunas veces se trata de presiones del tipo institucional. El clásico batir el record o nadie lo hace como nosotros ejemplificado en frases como: “en el próximo festival haremos acrobacia más bajo que los del aeroclub local”, o “si quiere llegar a tiempo le recomiendo nuestra aerolínea que vuela cuando las otras se quedan”.
¿Cómo puede un piloto joven huir de este tipo de presiones organizacionales?
Priorizar la seguridad y seguir el camino de la sensatez y la cordura en estos casos termina siendo un dilema difícil de resolver, más difícil cuanto más joven es el piloto.
Ese momento en el que un piloto se planta frente a su jefe ante una situación anormal y le dice: “no haré acrobacia tan bajo, no hay necesidad y no es seguro” o “este vuelo está demorado, no despegaré bajo esta tormenta”, suele acabar en una pulseada de carácter donde siempre el aviador lleva las de perder. No faltarán luego los comentarios de los potenciales rivales interesados en demoler al piloto que se niega a realizar una operación que él está viendo como insegura. El clásico: “déjame a mi que yo le saco el polvo a los pastitos”, o el no menos frecuente: “estoy aburrido de hacer los vuelos que este maula no quiere hacer”. En este dilema no es el segundo, sino el primero el piloto de más agallas y mayor coraje, un coraje y un carácter dignos de imitar.
La seguridad es tarea de todos. A mayor cargo, mayor responsabilidad. A medida que crecemos en nuestra carrera aeronáutica se vuelve imprescindible transformarnos en referentes de sensatez y profesionalismo para los más jóvenes. El ejemplo de la operación segura y bien ejecutada parte del jefe y llega a todos los integrantes de la organización, esta debe ser la religión de la casa. Sólo por este camino se llega a viejo volando.
Cuando hayamos logrado esto y sólo entonces habremos llegado a ser auténticamente los mejores pilotos.
Mi homenaje desde aquí para todos aquellos pilotos civiles y militares a quienes les llegó el retiro por edad o por motivos médicos volando hasta el último día que les fue posible.
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Daniel Puyol
2012
Dedicado a Pedro Nicolini, cuyo ejemplo espero poder transmitir.