Entre humo de aceite quemado, ruido de contraexplosiones y olor a gasolina 100/130, nacimos a la profesión el mismo día. Herederos de los Hermanos Wright, de Santos Dumont, de Louis Blériot y de Pablo Castaibert, quienes antes de ser aviadores fueron ingenieros de sus propios inventos, mecánicos geniales, artistas sin parangón de la tela y la madera, excelsos luthiers aeronáuticos, capaces de poner a punto la áspera marcha de un motor rotativo.
Como dignos sucesores de la estirpe que inventó la Aviación en el mundo juramos ante ellos, y ante la sociedad que nos reclama y nos impulsa a la conquista de horizontes nuevos y lejanos, que sin importar el cansancio, sin considerar sacrificios ni privaciones, el avión de aquel piloto al que apreciamos con nuestra mayor estima, será una máquina tan confiable y estará tan celosamente mantenido, como el de aquel otro al que pudimos vernos enfrentados o nos resulte indiferente.
Porque entendemos el ejercicio de esta labor como un compromiso de honor con la profesión y con nosotros mismos, y será siempre nuestra mayor recompensa saber que todas las aeronaves llegaron seguras a su destino.
Y el día que Dios nos llame a su reino allí estaremos, de guardia permanente en el hangar eterno, prontos para recibir las bitácoras de los aviones celestiales que traerán los pilotos en su vuelo hacia el azul infinito.
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Un grande, no me voy a perder ninguna de sus historias! Éxitos querido Daniel